Las horas del verano


El verano auténtico, el primero, el de los niños, no tiene tiempo.
Las horas son a veces esos extraños entes con los que los mayores cortan los juegos.
Entonces ellos rebuscan y encuentran lugares donde las horas no llegan y estos lugares se graban a fuego en sus tiernas pieles.
De mayores, una vez al año y a la llamada del lobo, tienden a volver a ellos, hasta que el faro se apaga y acaba el hechizo. Entonces los objetos dejan de ser juguetes y se convierten en tiranos, cobran protagonismo y se erigen como testigos, testimonios y testamento del pasado. Y reivindican ser considerados. No quieren ser tratados como simples trastos (porque tienen la carga de la gente que vivió con ellos y los impregnó con su energía) pero lo son.

Lo único que cuenta la peli es el acontecer normal y cotidiano, sin dramatismos, de un suceso simple en la vida. Lo que cuenta la peli es que la vida sigue y que la vida pasa.
Esto puede resultar banal según se mire, o lo mas profundo que un cineasta puede contar, según se mire.
Se podría ver también en la peli la perdida del norte europeo. La vida, la economía, el arte, se expanden hacia otros continente y Francia es ya un lugar viejo, un trastero lleno de muebles que ya no tiene interés, pero incluso esta forma de mirar el film sería impostada y parcial, porque lo esencial es que siempre, todo cambia y las formas de hacerlo son solo eso.

Esta peli, como todas, depende de la mirada. Y no sólo de la mirada que ella da del mundo sino de la mirada con la que nosotros la leemos. En esta ocasión, como la mirada de la peli es tan sencilla y respetuosa la del espectador cobra casi toda la importancia y como no hay dos iguales esta lectura puede ser tan variada que esta vez no me atrevo a decir nada mas.


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